“Mira ese jacarandá del jardín: hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana, cuando se muera como mueren todos los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse de él. En cambio si lo hubiera pintado un gran artista, viviría eternamente”. Alejandro Casona. "Los árboles mueren de pie"Ocho de la mañana, domingo y no un domingo cualquiera, la víspera del día en que María comenzará sus costumbres. Después de un largo verano sin preocupaciones, despierta aletargada y confundida. Atrás quedaron las noches pausadas, los largos desayunos a deshoras, la brisa de la montaña, los viajes. Atrás se dejó la risa. Frente a ella maletas desordenadas, libros sin abrir, promesas sin cumplir, monotonía.
Demasiado temprano para encontrarse con Álvaro, el amigo que sabe sacarla de la rutina. Demasiado vacío el frigorífico para empezar bien el día. Delante de una taza de café sin leche, una tímida sonrisa. Dejará las maletas en desorden para más tarde, bajará al parque a saludar a su arce. Sí, puede que así tenga un buen día.
Alguna ráfaga de viento, lo mismo que aquel día, una nueva sonrisa. Sin precipitación se encamina hacia donde su arce crece y le saluda:
- ¡Buenos días, violinista!
No hay respuesta. Del rostro de María se borra la sonrisa.
- ¡Buenos días, amigo! -insiste, pero nadie le responde buenos días.
A punto de alejarse escucha que alguien dice:
-No se lo tomes en cuenta, está preparando su otoño. Los árboles, como las personas, tenemos también malos días.
- ¿ Y tú, quién eres?
- Yo soy un jacarandá, el árbol de las dos floraciones.
- ¿ Y no te afecta el otoño?
- No tanto como a tu arce. Los jacarandás, a veces, tenemos dos primaveras.
- Entiendo, una de ellas confundida.
- Soy feliz, estoy a punto de florecer de nuevo. Tu arce está ofuscado. Sabe que, a pesar de que aún tiene que llegarle su época más bella, poco después, el viento le hará perder las hojas y eso no le anima. Acabo de decírtelo, los árboles nos comportamos como las personas.
- O las personas como los árboles -añade María. Si puedes comunicarte con él dile que a mí me gustará igual sin hojas que con ellas.
- Se lo diré.
Cabizbaja se aleja a deshacer las maletas e imagina que una amigable racha de viento le devuelve una voz inconfundible:
- No olvides regresar cualquier amanecer de cualquier martes de otoño. Te estaré esperando, María.
Y una nueva esperanza dibuja otra sonrisa.