domingo, 18 de julio de 2010

Aún quedan tardes de verano.




ALICATADO PARA UNA TARDE DE VERANO

Para traspasar las hojas,
la luz se pone de lado.
Se despereza el aroma
y hay un sopor que, despacio,
deshilachan las zumbonas
avispas del emparrado.
La paz del jardín se esparce
por el brillo del acanto
y la tarde se inaugura
al regarse el empedrado.

Hay rincones invisibles
con amores encalados
y persianas donde crece
la penumbra del verano.
El mirador se remira
en los reflejos más altos.
Alguna risa que llega
por el silencio rampando
y el agua, dueña y señora
por fuentes y por regatos.

El aire tiene un desgaire
de mimbre desangelado.
El arrayán cuadricula
la dicha de estar mirando.
Desde los poyetes, rastras
en macetas de geráneos
cuelgan hasta el arriate
buscando su olor mojado.
El silencio se despierta
picoteado de pájaros.

Las glicinias se retuercen
sobre sus pomos morados
y son de azulejo y frío
los zócalos y los bancos.
El chirrido del portón
anuncia el rito diario.
Las sillas, de recia anea.
El vino, de mano en mano.
La amistad, como beberse
la tarde de un solo trago.

Rafael Guillén. "Mis amados odres viejos".

Tras un año poco creativo en el que imperó la ley de la selva, quiero dejar en el blog la imagen de una tarde de verano en la sabana; puede que tampoco sea fácil escapar a sus leyes pero, al menos, hay espacio para salir a la carrera.

También, el poema que dibuja otra tarde en un patio andaluz que, aunque no sea mi patio, me recuerda mil tardes de paz en el jardín y mil charlas con seres queridos.

Y, por último, como ya se hizo costumbre, un cuento jamás escrito y escondido en la página de los cuentos.

Buenas tardes de verano y que el próximo otoño, por otoño y por inspirador, nos sea muy productivo.


sábado, 3 de julio de 2010

Rachas...baches.


"Espiral hacia el dite" Patriccio K Pect.

Cierto día, un compañero de colegio señaló en la calle a una mujer, diciéndome:

- Mírala está muerta.

A mí me parecía imposible que una difunta se moviera con aquella naturalidad entre la gente. De hecho sabía que era mentira, pero resultaba excitante creérselo, así que le seguí el juego. Mi amigo me aseguró que era capaz de distinguir a una mujer muerta entre mil mujeres vivas.

- ¿Pero en qué lo notas?

- En nada en concreto y en todo a la vez. Si te fijas, van envueltas en una burbuja de paredes invisibles. Cuando seas capaz de percibir esa burbuja, aprenderás a distinguirlas.

Juan José Millás. "La muerta" (Los objetos nos llaman).

No sé quién es el que se ocupa en meternos dentro de la burbuja. Lo cierto es que, a veces, "el pájaro que da cuerda al mundo" cambia inesperadamente su "ric-ric" por un sonido bastante más desagradable que nos desorienta haciendo que nos perdamos en un oscuro bosque sin vida lleno de pozos, despeñaderos y baches; llevándonos a conocer lugares que a Dante pudieron antojársele interesantes pero que a nosotros no nos lo parecen. Comienza, por ejemplo, una mañana, como tantas otras pero diferente, en la que vienen a anunciarte la muerte de un ser querido, demasiado joven para irse, y cuando tratas de sobreponerte y aceptar (no queda otro remedio) le sigue un infarto, averías a destiempo, enfermedades, un par de accidentes, un robo, desencuentros, incomodidades que te presta gente a la que le gusta molestar, desastres... y así, durante seis largos meses, casi todo lo malo que puede suceder, sucede.

Tampoco sé quién se ocupa, en esos momentos, de darnos fuerza para soportarlo, para movernos con cierta naturalidad entre una gente que casi ni se entera; igual somos nosotros que aprendimos a disimularlo bien, igual es la burbuja que nos aísla protegiéndonos en el descenso. El caso es que un año que se presentaba con una cifra bonita, veinte y mitad de veinte, no ha llegado hasta mí con grandes alegrías. Sin embargo he sobrevivido a casi todos los círculos infernales, que es lo bueno, y por ello creo que merezco disfrutar de vacaciones más que nunca para regresar en un próximo septiembre, no menos merecido.

Sé que el balance del año suele hacerse en diciembre, en mi profesión se hace la memoria de fin de curso y aunque el platillo, en la balanza, se incline hacia el lado negativo (también hubo algo positivo) sólo son palos de la vida, rachas, baches de tristeza que dejan crispación y desasosiego durante un tiempo pero que, mientras puedan contarse, pueden superarse. Igual hasta me pueda deshacer de la burbuja y comiencen a surgir las cosas buenas, como sucede al final de la obra de Dante.

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