Una puerta se abre, ante los ojos de un niño, al escuchar o leer mágicas palabras como: "Hace mucho tiempo...", "Érase una vez..." Es la puerta que le invita entrar en el fabuloso reino de fantasía. El niño, atraviesa el umbral consciente de estar accediendo a otra estancia y lo hace con la misma naturalidad que corretea, de un lugar a otro, en su propia casa.
Parece ser que, los primates evolucionados somos los seres más frágiles y complicados del planeta Tierra. Al llegar a adultos, también necesitamos no permanecer durante mucho tiempo en un mismo "cuento", sólo que, a diferencia del niño, cada vez que deseamos cambiar de "estancia" solemos cuestionarnos si todo queda en orden y si nos irá bien aunque... hay veces que nos gusta guiñarle un ojo al azar.
Cuando, en el S. XVII, a Charles Perrault se le ocurrió recoger y publicar 11 cuentos, por primera vez, tuvo que editarlos en nombre de su hijo porque las costumbres de la época no veían bien que los escribiera un adulto. ¡Qué curioso, sin embargo, que a "Cenicienta", la protagonista que quiso pasar de los fogones a una maravillosa fiesta, le fuera a cambiar la imprenta los zapatos de cuero por los de cristal! Así fue: en el manuscrito original, escrito en francés, se leía que sus zapatillas eran de "vaire" (un tipo de cuero) mientras que, por errata de imprenta, se tradujo como "verre" (vidrio). Hasta aquí muy normal, lo no tan normal fue que el error nunca fuera corregido. Nadie se atrevió a romper el encanto de una imagen tan brillante, evocadora y fantástica. Tal vez, para hacer frente a la realidad, lo más humano sea soñar y a los adultos nos consta que tenemos necesidad de ficción.
No sé si a los niños les importaría mucho el material con el que se fabricó el calzado, creo que aún no comprenden la imagen sugerente de los zapatos, ni siquiera adivino si el cuento tendría el mismo éxito de haber sido de cuero. Sólo sé que ellos preguntan ¿por qué los zapatitos no se deterioraron cuando las ropas se volvieron harapos? Muy ufana contesto: porque los zapatitos fueron un regalo y no necesitaron ser transformados por el toque de la varita mágica, hay que leer/ escuchar bien, lo dice el cuento. Ellos entienden bien las moralejas implícitas: que la belleza interior es la que más deslumbra, que es muy mala la envidia y que los envidiosos sufren muchísimo más que los seres desprendidos y bondadosos, que estar al servicio de los demás es bueno si no se nos convierte en siervos y que, de vez en cuando, no está mal pedirle un regalo a la vida como compensación al esfuerzo. La de que sólo el que tiene padrino se bautiza, tristemente la entenderán luego...