Sauce
Lirismo de invierno, rumor de crespones,
cuando ya se acerca la pronta partida;
agoreras voces de tristes canciones
que en la tarde rezan una despedida.
Visión del entierro de mis ilusiones
en la propia tumba de mortal herida.
Caridad verónica de ignotas regiones,
donde a precio de éter se pierde la vida.
Cerca de la aurora partiré llorando;
y mientras mis años se vayan curvando,
curvará guadañas mi ruta veloz.
Y ante fríos óleos de luna muriente,
con timbres de aceros en tierra indolente,
cavarán los perros, aullando, un adios.
(César Vallejo)
Recuerdo una calurosa mañana de junio, de hace ya años, en la que salí a leer al parque llevando conmigo un libro de Haruki Murakami. Me dispuse a leerlo sentada en un banco de madera bajo las ramas de un sauce, frente al agua de un estanque. Debido a que la zona elegida se encontraba en silencio, a Murakami es preciso leerlo despacio y a mí me gusta concentrarme, pensé que podría pasar en solitario un rato agradable. Tan sólo me distraía el silbido de un mirlo, en un árbol vecino, que consiguió arrancarme una tenue sonrisa cuando, de pronto, noto que se acerca alguien. Al principio no levanté la mirada del libro pensando que se trataba de algún jardinero de los que, en aquella hora, regaban; pero, más tarde, tuve que hacerlo al encontrar, frente a mí, un joven ejecutivo de traje, corbata y cartera diplomática que decía:
- ¡ Hola! ¿Qué haces?
- ¡Leo! ¡No ves?
- Ya, pero estás tan sola...
- Me gusta estar sola cuando leo, perdona..
Sin más diálogo me levanté y empecé a caminar por el parque, intenté buscar un nuevo lugar donde no se me molestara. Ya estaba totalmente distraída y no conseguí regresar a la lectura. Llamé al móvil de un amigo por si podía quedar con él, le conté la historia del caballero del traje, que le hizo mucha gracia, sin embargo me dijo que tenía cosas importantes que hacer y, entendí que, yo no estaba entre las importantes.
Esta misma mañana, una mañana de abril tan calurosa como la junio, he vuelto al mismo lugar de aquel día, al mismo estanque y al mismo sauce, con un nuevo libro de Haruki Murakami, que lleva por título "Sauce ciego, mujer dormida". Cierto es que he escuchado el silbar de algún mirlo; no obstante no me ha molestado nadie, he podido leer en silencio y pasar en solitario un rato agradable con uno de los relatos titulado "El hombre de hielo" del que he seleccionado:
"En aquella época ni siquiera podía imaginar qué significaba amar a un hombre de hielo. Pero dudo que haberme enamorado de un hombre común hubiera aclarado mi noción del amor."
"Ahora ya casi no me queda corazón. Mi calor se ha ido muy lejos; en ocasiones olvido que existió alguna vez. En este sitio soy la persona más solitaria del mundo. Cuando lloro, el hombre de hielo besa mi mejilla y mi llanto se endurece. Toma las lágrimas congeladas y se las lleva a la lengua.
—¿Ves cuánto te amo? —murmura.
Dice la verdad. Pero un viento que sopla desde ninguna parte arrastra sus palabras blancas hacia atrás, rumbo al pasado."
Y sigo pensando que, incluso cuando no nos dan otra opción que elegir entre lágrimas y lágrimas, aún podemos seleccionar las más hermosas.
2 comentarios:
Mmm... a mí los sitios solitarios siempre me encantaron, pero me dan mucho miedo... Y eso, que unos de mis sitios preferidos son las islas secretas.
Ais, quien tuviera un hombre de hielo.
Bonito texto ^^
Besos de agua de Muerte por vida.
(Por cierto, un secreto: A mí siempre me arrancaron una sonrisa ver a los gorrioncillos paseando por las calles ^^)
P.D. Este relato sí es real, je,jjeeeeeee..
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