martes, 28 de octubre de 2008

Lo que realmente desean las mujeres




Un relato que escuché hace años a un cuentacuentos basado en The Canterbury Tales de Geoffrey Chaucer, 21 cuentos narrados para espantar la monotonía de los peregrinos que se dirigen a la catedral, y más concretamente en El cuento de la comadre de Bath. Lo publiqué hace algún tiempo, en otro lugar, y deseo que no se pierda, a pesar de que yo conocí a Chaucer por su traducción del Román de la Rose.

Cuentan que..

Cierto dí­a, el Rey Arturo, cansado de tanto caballero y tanta mesa redonda, salió a dar un paseo a caballo por el bosque pero se internó tanto en él que, de pronto, se encontró rodeado por una densa capa de niebla que le desorientó al tomar el camino de regreso. Fue, en este momento, cuando escuchó una voz que le decía:

- Hola, Arturo, soy el Caballero de la Niebla. Estoy aquí para retarte a un duelo.

- No acepto tu proposición. Salí­, únicamente, a dar un paseo y, con la niebla, me he extraviado. Ya ves que no llevo mi espada.

- De nada vale tu negativa. Todo aquel que se interna en mis dominios tiene que luchar conmigo, quiera o no quiera, a no ser que sepa responder a una de mis preguntas.

- ¿ Y a qué esperas para plantearla ?

- Antes debo advertirte que si no me das la respuesta correcta, en un plazo de veinticuatro horas, morirás.

- No en vano soy el Rey Arturo.. te la daré, sin duda.

- Bien, pues, ahí­ va la pregunta: ¿ Qué es lo que le gusta a todas las mujeres, sin excepción? Recuerda, tienes veinticuatro horas para responder. Ahora puedes irte.

Cuando el caballero terminó de hablar desapareció la niebla y Arturo pudo encontrar, sin ninguna dificultad, el camino de regreso. Iba pensando que los sabios de su Reino no tardarían en hallar la solución a la enigmática prueba cuando vio, sentada sobre una piedra, a una anciana deforme, sucia e increíblemente fea que, riendo burlona, le dijo:

- Arturo, yo sé la respuesta, ji, jjjjiii, jjii. Si nadie de tu Reino puede ayudarte, yo puedo hacerlo. A cambio, deberás casarte conmigo.

- ¡Imposible! Estoy casado.

- En ese caso, aceptaría como esposo uno de tus caballeros. ¡Qué tengas suerte!

Cuando Arturo llegó a su Reino, fueron miles las respuestas que le dieron y, tan seguros estaban de que alguna serí­a la correcta, que el mismí­simo Sir Galahad se atrevió a decir que, en caso de que ninguna lo fuera, él tomaría por esposa a la vieja.

Ignorando que dar la respuesta correcta iba a traerle más problemas que la búsqueda del Grial, Arturo se encamina, de nuevo, al encuentro del Caballero de la Niebla con la certeza de que no morirá. Lleva en sus manos todas las bazas: las respuestas de sus caballeros, la de Ginebra (en la que más confía) y, si esto no bastara, podría­ sacrificar la felicidad de su mejor caballero. No había transcurrido mucho tiempo cuando, sobre él y su caballo, vuelve a caer la densa capa de niebla. Poco tiempo después, la misma voz pregunta:

- ¿ Crees haber encontrado ya la respuesta?

Arturo, sin perder tiempo, comienza a enumerar, una tras otra, todas las que le han dado: los hombres, las joyas, las riquezas, la ropa, las casas enormes, el lujo... e inumerables cosas materiales que el Caballero de la Niebla rechaza repitiendo una misma letanía:

- No todos, no a todas, no sin excepción, no siempre.. .

Guardaba, aún, la que le diera la dulce Ginebra: a todas las mujeres, sin excepción, nos gusta que nos amen. Pero se queda de piedra cuando el hombre de la Niebla contesta:

- A muy pocas les gusta como amamos los hombres,Arturo, me temo que morirás.

No le queda más remedio que ir en busca de la vieja. A su regreso, cuando el Caballero de la Niebla escucha la que la mujer le ha dado, dice:

- No morirás de mis manos. Es la respuesta correcta!!

Vuelve a desaparecer la niebla y vuelve a aparecer la vieja. Arturo, que es un hombre de palabra, sin esperar que ella diga nada, la lleva a su palacio para cumplir la promesa. A su llegada, la cara de Sir Galahad, el caballero más grande, era todo un poema, sin embargo de su boca no salió ni una sola queja. Cuando llegó la noche y todos se retiraron a sus aposentos, Galahad hizo lo propio y, cuál no sería su sorpresa al ver acostada en su lecho a una mujer bellí­sima.

- ¿Tú eres..?

- No te incomode decirlo. Yo soy la vieja. Sin embargo, entre Arturo y tú habéis conseguido romper la mitad de mi encantamiento, ahora deberás elegir lo que deseas: verme bella de noche y horrible de dí­a o viceversa.

Galahad dudaba la resolución a tomar. Por un lado prefería que fuera bella en la intimidad de la noche pero pasear con un ser tan horrible de día, ante las burlas de todos, puede que no fuera la mejor opción. O bien, porque en los momentos en que los hombres no saben cómo resolver dejan que las decisiones las tomen las mujeres, o bien, porque recordó la respuesta de la vieja: "a todas las mujeres, sin excepción, nos gusta que se nos permita tomar decisiones", tuvo clara la suya.

- Prefiero que seas tú quien decida.

- Entonces seré bella de noche y de día porque, con tu respuesta, acabas de romper la otra mitad de mi encantamiento.

Y dicen que fueron felices el resto de sus días. Lo cual es verdad y no miento que como a mí me lo contaron yo aquí lo cuento.

3 comentarios:

Oli dijo...

¡Qué bonito! Este cuento no lo recordaba, y eso que me leí en su día LCDC.


OLI I7O

derment

Irina. dijo...

Auuuuhhh!!

Los de Canterbury, no sé, este puede que lo recuerdes, ja,jaa..,

Muerte por vida dijo...

Uy! Este me suena. Pero lo había oído sin Arturo, con un príncipe desconocido, y una bruja. La cosa, es que al final se casa con el príncipe...

¿Por qué siempre se tienen que casar con el príncipe?

Te dejo besos de invierno.

Vida