
Diego, un duende que nació en fantasía y al que yo encontré, en mitad de un verano, dibujado en el cuento de la imaginación. Me brindó unas horas, me ayudó a poner en orden algunas ideas que rondaban por mi cabeza y prometió tener tiempo para dedicármelo. Lo cierto es que, durante el resto del verano, debió estar demasiado ocupado puesto que no volvió a interesarse por mí, ni tampoco puso ninguna atención en si mis ideas seguían ordenadas o no. Desde aquel momento nada volví a saber de él. Acabado el calor, ignorante yo del por qué y del cuándo, desapareció. Sé que a Diego no le gusta el mal tiempo, se lo pasa durmiendo e ideando travesuras en el sueño y, de nuevo, despierta a ponerlas en práctica a la vez que regresa el calor. Fue anoche, guardando mi abrigo en el fondo del armario, cuando volví a encontrármelo en el bolsillo derecho, todavía dormido. Me resultó sencillo traerlo hasta aquí y él lo permitió. Me alegré porque un jardín sin duende es como un día sin sol.

La segunda imagen, nada tiene que ver con lo anterior, es la fotografía de un ser real. Está aquí porque es una foto preciosa (ya iba siendo hora de encontrar alguna buena) y, además, porque cuando se capturan duendes, en este blog, está a punto de suceder algo con "duende".
¿Tal vez la semana próxima? No se sabe a ciencia cierta, de momento, pero prometo haceros participes de ello a todos puntualmente. ¡Ay, qué ganicas y qué alegría tengo, por dios!
