Entre mis cosas más preciadas tenía una antigua balanza para pesar la felicidad y un barómetro de agua coloreada para medir la alegría.
Un día, el fiel de la balanza enmudeció en el propio instante en que debería inclinarse hacia el lado de las cosas positivas. Ese mismo día, el vidrio de la tormenta ni bajaba ni subía; lo extraño es que esto sucediera en una noche de nubes rojas cuando se suponía que el nivel de agua del barómetro levantaría por encima de los números indicadores de tiempo estable.
Era abril aquel día.
Tal vez deba comprarme una nueva balanza analítica y un barómetro moderno de mercurio porque un jardín sin estos dos artilugios carecería de falta de identidad. Sí, eso es, necesito una balanza de precisión para pesar las semillas y un buen barómetro que me indique cuando debo, o no debo, plantarlas y regarlas o no crecerían.
Uf, menos mal que abril termina.
(Mola esto de tener blog, je, jje... así cuando lo lea el próximo abril podré preguntarme qué diantres me pasaría y, puede que, hasta llegue a encontrar la respuesta.)
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