domingo, 18 de julio de 2010

Aún quedan tardes de verano.




ALICATADO PARA UNA TARDE DE VERANO

Para traspasar las hojas,
la luz se pone de lado.
Se despereza el aroma
y hay un sopor que, despacio,
deshilachan las zumbonas
avispas del emparrado.
La paz del jardín se esparce
por el brillo del acanto
y la tarde se inaugura
al regarse el empedrado.

Hay rincones invisibles
con amores encalados
y persianas donde crece
la penumbra del verano.
El mirador se remira
en los reflejos más altos.
Alguna risa que llega
por el silencio rampando
y el agua, dueña y señora
por fuentes y por regatos.

El aire tiene un desgaire
de mimbre desangelado.
El arrayán cuadricula
la dicha de estar mirando.
Desde los poyetes, rastras
en macetas de geráneos
cuelgan hasta el arriate
buscando su olor mojado.
El silencio se despierta
picoteado de pájaros.

Las glicinias se retuercen
sobre sus pomos morados
y son de azulejo y frío
los zócalos y los bancos.
El chirrido del portón
anuncia el rito diario.
Las sillas, de recia anea.
El vino, de mano en mano.
La amistad, como beberse
la tarde de un solo trago.

Rafael Guillén. "Mis amados odres viejos".

Tras un año poco creativo en el que imperó la ley de la selva, quiero dejar en el blog la imagen de una tarde de verano en la sabana; puede que tampoco sea fácil escapar a sus leyes pero, al menos, hay espacio para salir a la carrera.

También, el poema que dibuja otra tarde en un patio andaluz que, aunque no sea mi patio, me recuerda mil tardes de paz en el jardín y mil charlas con seres queridos.

Y, por último, como ya se hizo costumbre, un cuento jamás escrito y escondido en la página de los cuentos.

Buenas tardes de verano y que el próximo otoño, por otoño y por inspirador, nos sea muy productivo.


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