Era martes, el amanecer de un martes cualquiera de un otoño cualquiera. Apenas dibujados los primeros rayos de sol, María paseaba por el parque.
Había ignorado cuál era el extraño poder que la invitaba a comenzar, de esta forma, las mañanas de cada martes de otoño hasta tener constancia de haber nacido, en la primavera de un año bisiesto, un día de lluvia que llevaba el mismo nombre del planeta rojo. Desde aquel momento no volvió a preocuparse, tuvo claro el motivo: somos una pequeña parte del universo, se viene a la vida -se dijo- con una tarea preestablecida, un color predominante que fascina hasta herir la pupila, una estación equivocada... y lo único que hacemos mientras la vivimos es trenzar, constantemente, las mismas mimbres y, como mucho, aprender a pulirlas, mediante la experiencia, con distintos brillos y nuevos contrastes.
Aquella mañana, como tantas antes, el parque estaba solitario. La única música que podía escucharse era la de los últimos perezosos gorriones que se negaban a preparar el invierno permaneciendo en los árboles, la de los surtidores que regaban el césped y la de sus propios pasos caminando hacia adelante. Sin embargo María percibió otra música que jamás había oído antes. Sonaba a lamento de violines, la música que más se asemeja a la voz humana, la oía detrás de ella y, evitando romper el encanto mirando hacia atrás, continuó adelante. Más tarde, tuvo la certeza de que, cuanto más se alejaba, la escuchaba más cerca.
Quizá, y aun sin música, no haya nada tan hermoso como una mañana dorada de otoño en un parque. A pesar de que el día se presentaba cálido, unas ráfagas de viento jugaban con el pelo de María y con las ramas de los árboles. La música se oía cada vez más próxima, entonces decidió volver la cabeza. Detrás de ella sólo había árboles, uno de ellos, un arce que se había engalanado de colores rojos como para ir de fiesta, dejó de mover sus ramas y la música cesó.
- Debí suponerlo, eras tú. ¿Estabas ensayando? ¿En qué orquesta tocas? - Dijo en voz alta María para sacudir el miedo.
- En una de viento ,ja,ja - le respondió el árbol- ¿ Sabes que para confeccionar un violín de los que duran siglos se precisa madera de arce rojo, un buen luthier que realice un trabajo minucioso y un toque mágico?
- No puedes hablar, eres un árbol -dijo ella, asustada y mucho más bajo-.
- Eso es lo que pensáis los humanos. Sin embargo, cuando violinistas experimentados nos llevan a sus casas, transformados en violines, dicen que les hablamos.
- Es sólo una metáfora. Y aquí no hay ningún músico...
- El viento es el mejor de los músicos.
- Ya, y tú eres el mejor instrumento, ¿no?
- Ja,ja, sí, pero nada de esto hubiera sido posible sin tu toque mágico.
- Deja de burlarte, eres un árbol, no un humano.
- Tampoco tú eres una maga y empezaste a hacer preguntas. Ya lo sabes si no deseas respuestas, no debes hacer preguntas ni siquiera a un árbol. Ay, los humanos os pensáis con todos los derechos ¿Qué libro llevas en las ramas?
-Se llaman manos.
- ¿Y el libro?
- "Botchan" de Natsume Soseki.
- Un clásico japonés. Es un tipo de "Guardián entre el centeno" pero con profe protagonista al que hacían la vida imposible compañeros insólitos y alumnos asilvestrados. Si aún no lo has leído, espero no habértelo chafado
- Y tú ¿lo has leído?
- No sé leer, soy un árbol.
Nuevas ráfagas de viento y el arce, ignorando a María, vuelve a hacer sonar su Stradivarius. Ella no se da por vencida, es seguro que cualquier amanecer de un martes cualquiera del próximo otoño regresará para comprobar que ningún luthier se ha encaprichado de su árbol.
2 comentarios:
Ay ayy... De dónde saldrá la tal María.
No sé si ya lo habrás escuchado, pero ahí te dejo el link de una cancioncilla:
http://www.goear.com/listen.php?v=427b469
Es una de mis preferidas ^^
Te dejo besazos sureños.
Hola,niña!!
A mi pesar estoy de vuelta, el lunes si nadie lo remedia de nuevo al trabajo,uf,ufffffff...
Gracias por la canción, bella, bella; la conocía pero hace mucho que no la había escuchado.
María es una gran amiga regaladora de sueños que me gusta tener a mi lado. Dice que cuando la vida no nos sonríe es porque nos olvidamos de hacerle cosquillas. Y en ello ando...
MIL BESOS!!
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